Cuando la Gracia me visita es entonces cuando sé que nunca se había ausentado, que siempre había estado presente, observando con ojos cálidos al pequeño ego; ese que creía y quería ser independiente, tener su propio mundo, adueñarse de un trono.
Como una madre comprensiva con el pequeño que empieza a dar sus primeros pasos, espera paciente a que el niño la busque y la llame extendiéndole sus brazos. Es entonces cuando, amorosamente, la madre le revela su eterna presencia, su no ausencia.
Cuando la Gracia me visita entonando su melodía, paradójicamente el silencio aparece y me acoge en un tierno abrazo, extiende su manto y me revela ese universo sin estrellas que siempre ha sido. Lo miro con asombro y sé que siempre estuvo ahí.
Amrita